Divinas
espumas de nieve y oro
besáis los pies al
adolescente desnudo
que a vuestro
llamado sutil
bajó a saludaros,
su corazón ebrio de
libertad.
El frío océano
se eleva en
acantilados cristalinos esta mañana
verticales
iridiscentes
filosos
producto fugaz y periódico de las olas ensoberbecidas al borde
suspendido de su caída inminente.
Vértigo mortal
vértigo fascinador
vértigo plateado
del agua retenida
por un segundo de horror supremo a las puertas
de su
precipitación.
Ya pronto se
aniquila
en cataratas
blanquísimas
desmoronadas con
violencia contra el mármol
transparente
levantando una
lluvia de espuma
en medio de un
fragor ensordecedor.
Ondas llegan
ordenadas
en largos escalones
paralelos
de frente
enigmático
y múltiple
hasta la arena
hecha un espejo
donde las almejas
simétricas
pulidas como lajas
marcan con el
reflujo los rombos
de un ajedrez
infinito.
Gira la cabeza:
sobre la playa blanca un corcel blanco
noble y esbelto
parece aguardarle;
la crin
ondea al viento
como una bandera de fuego níveo
llamando a
legendarios ejércitos.
Un súbito sudor
baria su cuerpo
deseoso de
carreras,
su cuerpo poderoso
su cuerpo auroral
su cuerpo altivo
portento de caballo
salvaje que no conoce brida ni
montura.
Aquí un duelo
milenario. Por un minuto latiente
el adolescente
desnudo y el potro indómito
sopesan
como dos amantes
las fuerzas
respectivas
que se lanzarán
para sublimarlos
o
perderlos
en el torbellino de
su conjunción.
Luego inician una
danza lenta
y cautelosa
cuyos pasos dicta
el instinto:
el mancebo avance
diagonal
el bruto retroceso
en circulo -más cerca, hasta que
la mano apresa el morro
haciendo oír al
cielo
esa risa agónica o
relincho
y jinete salta
sobre lomo, muslos
nerviosos se afirman
y talones
imperiosos pican
ijares
con habilidad no
aprendida, provocando un galope
desbocado por la
inconstante línea de espumas
hacia el sur.
Galopa la bestia
hundiendo los cascos en la arena;
galopa sin
detenerse junto a la inmensidad
oceánica;
galopa salpicando
espuma hacia heladas soledades
donde ningún
viviente ha puesto el pie en años; sólo los fantasmas de una antigua raza
desaparecida.
Aire cortante y
diáfano
aguija la carne
savia hormigueante
y nueva
quema las venas
conforme la pareja
avanza intacta en su brío sobre
lagos recientes que visten los velos del
invierno.
Oh delicia de
cabalgar cara al viento
en ávida carrera
asido a la crin
siempre
hacia el sur, donde cada recodo del paisaje parece recibir al forastero con
un
reconocimiento mudo.
Torso delicado y
blanco
echado adelante
piernas torneadas y
fuertes
flexionadas rededor
abuso dionisíaco de
la soberanía sin freno más allá
de toda tenebrosa razón.
Ya pronto emboca la
noche mate
novia de negras
fragancias
en cuyo seno
abismal
brillan las
pedrerías del alba con fulgores amarillos
y rojos que hace llamear el amor.
Allí viajas,
Príncipe
sonámbulo
orgulloso
bajo el imperio de
su hipnosis
audaz para la
conquista
arisco para el
cuidado
a la ventura de un
lance inédito.
Resplandor de Dios
es la mañana,
la mañana serena,
inmarcesible
y tú te apresuras a
tu feudo
aquel que ha sido
deparado a la nobleza de tu
cuerpo y se te debe por derecho divino.
Veloz
centelleante
riela un sol por
superficie
ingrávido
sin sentir
aceza el joven
siguiéndolo
montando en pelo al
animal cuyo sudor baña su
piel con un olor fiero llamado a perdurar.
Gana valor, doncel
animoso;
gana ritmo en tu
jornada;
gana honor, efebo
fogoso
por el logro de tu
cometido;
quieras sangrar
flava piel
de tanto roce con
la áspera cerda
oyendo un piafar
profundo como el mar
que parece venir de
tan lejos
que lo traiga la
resaca
durante horas, que
son años
hasta el final rojo
del cielo.
Las sombras se
alargan sobre la arena
y los genios de la
noche
salen de nuevo a
atisbar el mundo
desde sus huecas
grutas.
Venceremos el
horror de la oscuridad
y el sordo mugir de
la marina
nombrando una por
una las sirenas que perdieron
con sus cantos
dulcísimos
a tantos navegantes
solitarios como por estas costas
fueron.
El tercer día trae
aguas inmensas
y rompientes como
no se han visto:
empinadísimas
escarpas desde donde ruedan
como por una
fastuosa cabellera
raudos bucles de
espuma
deslizándose hasta
el fin
con un grito
mineral
que se pierde
en el rugir feroz
de los torrentes.
Es el mar altísimo
escoltando el
avance apoteótico
con sus magnos
repliegues cóncavos
en derrumbamiento
lentísimo
a lo largo
interminable de la costa
que se estira como
un poema
creando su arena
lisa sin fin
desde el caído
resplandor celeste
mojado por la
distancia.
Naciente violeta es
oscuridad
rápido invadido por
fuerte azul.
¿Quién dirá los
temores innúmeros
al asalto de tu
espíritu alucinado
empavorecido por la
confusión culpable que
acarrean
tus pecados
latentes?
Temor es delirio
amor es ambición.
Toda la noche
cabalgas
hacia el punto
ignoto señalado
por la brújula
atávica de tu instinto.
Una revelación
aguarda
un milagro va a
producirse.
Corre el caballo
hacia el alba
y corre el hilo del
destino
ya presiente
cercana la meta
ya arrima como
pudiéndola
es la primera luz
gris
y es el relajo del
goce
sobre los finos
tobillos.
Cae el equino en el
limo
estalló su corazón
inundando el pecho
de sangre
generosa corriendo
hasta las
extremidades rígidas
de cascos pétreos
helados por la muerte.
Cae el caballo en
la arena
rendido por el
esfuerzo
que duraba
continuamente
desde la salida del
sol
hace tres noches y
tres días
se han quebrado sus
rodillas
bajo el peso de la
muerte.
Cae el corcel en la
espuma
culmina aquí su
derrota;
se inclina el
doncel a su boca
vomitante dé
espumarajos
y entre los dientes
apretados
de encías violetas
deja un largo beso:
es su
reconocimiento
y postrero adiós.
-Levántate, sigue
andando sin desmayo
aun
sobre tus propios
pies.
Una misión te
aguarda
aunque no lo sabes
una misión
sagrada
romántica
histórica
a la cual no puede
sustraerse
tu alma templada
como una espada.
Pobre cuerpo,
podrás contener tanta pasión
en el áspero
desierto ondulado
junto al mar.
-Besaba entre sus
manos
las más blancas
espumas
que han sido
o que han de ser
alto
celeste
quebradizo como un
ángel
pisando las
aguas
a
cero grados
que hielan sus
talones
y sus
tobillos
templando la
carne de alabastro
que
parece
gozar con los
escalofríos
para
su
destino real
para
el fin
verdadero
que quiso
Dios.
Pronto divisa las
banderas
blancas
orladas de
azul
blanco
y verde
extasiadas
por una gran
extensión
flameando
como inquietas
y
blanquísimas
bandadas
de
aves marinas.
A este
lugar desolado condujo la carrera fatal del caballo blanco: una pequeña casa de
madera entre bosque de lanzas, cada una con su bandera.
Al
acercarse, se observa que la tela es vieja y gastada por las lluvias.
El
adolescente empuja la puerta carcomida y entra a la caseta, cerrada hace años:
el interior es un santuario profano colmado de redes, timones y banderas
marineras de todas las naciones, que rodean como una escenografía a dos
antiguos arcones de diferente aspecto y tamaño, reposando uno junto al otro.
El primer arcón
era espacioso
hondo
y de aspecto
vetusto
con abrazaderas de
hierro
reliquia del siglo
último.
Dos manos
temblorosas
palparon las trabas
probaron
buscaron
abrieron
y levantaron la
tapa.
Palpitando,
como un animal muy
joven
en la primer noche
de las cacerías
el adolescente
admiró el contenido del arcón
y examinó su suerte.
Allí encontró
un cubrecamas de
raso
blanco
orlado de azul
blanco
y verde
una almohada
y su funda
un juego de sábanas
con emblema
nobiliario
de una corona
y un pájaro.
Había también
envueltas en
terciopelo
rojo
tres monedas
de plata
sonante
con una efigie
grabada
de un monarca
severo
con barba
de perfil
y una fecha:
1860.
Viejo cuño
de bordes gastados
en que se habían
comido las letras
y no se podía leer
afinando la vista.
Salvo una
de bordes borrados
donde faltaban
palabras
pese a lo cual
perduraba una
inscripción:
se leía
Nueva Francia
0rélie Antoine I
Rey de Patagonia.
Labrado en la cruz
un escudo
dividido en cuatro
representando
alegorías
la Agricultura
la Caza
la Justicia
las Artes.
Y aun escondidas
al fondo del arcón
pendientes
al borde de cintas
hundiendo la mano
extrajo
las condecoraciones
solemnes
conmemorativas
Constelación del
Sur
Estrella del Sur
Corona de Acero.
El segundo arcón
más pequeño
enfrentado al
anterior
parecía también
mucho más antiguo.
No tenía llave
visible
ni forma de violar
el cerrojo.
Por intuición,
tactando aquí y
allá
el joven quiso y
logró que se abriera
sola la tapa
descubriendo el
legado
secreto
insospechado
de eones
desvanecidos.
Adentro
vio un rollo de pergamino puesto como amuleto sobre prendas de vestir: su dedo
al posarse sobre el nudo, éste se deshizo, desatando el rollo.
Al
fervor del adolescente se ofreció una antigua caligrafía española dispuesta en
octavas, la cual cubría una faz del pergamino, en tanto la otra ostentaba una
rúbrica real.
El
mozo se recostó contra la pared del fondo de la casilla, con el pergamino
extendido ante sí, y se sumió con asombro y terror en la lectura de lo que
parecía un mensaje llegado a él desde el fondo del tiempo:
Por
trescientos años reinamos;
y no
murió ninguno de nosotros;
sino a
saber, el primero de todos
un
soldado del armada
asessinado
en pendencia
por
Antonio de Cobos y Pedro de Oviedo
a
quienes permitimos la huida
destos
lares, lo cual es muerte;
Segundo,
Pedro de Quirós
mi
hermano, cuyo era el gobierno
de la
nao almiranta
encallada
en el Estrecho;
se
entró a los nevados
con
Indios que le siguieron
por
robarles el oro
y
nunca bolvió, ni paresció.
El
último de los que murieron
Sebastián
de Argüello, quien fue
capitán
en tierra; le asaetearon
por
fabular contra el Inga
a
quien llevaban en andas
exiliados
del Imperio
y nos
mezclamos a ellos
y
desposamos sus mujeres
Y
nunca nos dimos a conocer
ni
tuvimos comercio con los hombres
porque
no fuessen captivados
nuestros
hermanos Ingas
con
quienes vivimos en paz.
Y
construimos casas de piedra
y un
fuerte con cañones
que
rodea la laguna.
Y a la
muerte del Inga
me han
llamado rey,
y me
llevan en andas
y mis
órdenes se obedecen
en
toda esta región, desde
los
Guurumatas al Cuonirg
por
onas, araucos, puelches,
yaganes,
diamantinos y patagones.
Pero
un perjurio viene
que
han pronunciado bozes
abaxo
la laguna, lo cual
conocimos
por señales y bozes
manifiestas;
pero dizen nativos
ser
dioses destos sitios
los
cuales aborrecen al Español
por
adorar la sancta cruz;
Pero
he confiado mi corona
a
manos de un servidor
para
que la lleve al dezierto
xunto
al mar, y la absconda
fasta
que llegue aquel que herede
el
reino, y ningún invasor
pondrá
pie en estas playas
que mi
corona deffiende.
Y
aquel que venga a mi lar
virgen
ha de ser, y casto
y no
haber conocido muxer
antes
de revestir magestad
y
sujetar pueblo vasallo.
Pero
soy Juan de Quirós,
rey de
la Arena del
Zur
que
esta sentencia se cumpla.
Plegó
el pergamino, y lo devolvió a su sitio, atemorizado por el sacrilegio cometido.
Hubiese
querido olvidar lo leído, borrar ese instante: sentía sueño, y extendiendo
sábanas y cubrecamas de raso sobre sí, hundió la cabeza en la almohada y durmió
profundamente.
Soñó
que el pájaro bordado en la sábana cobraba vida -era una gaviota- y abandonando
la caseta aleteaba hacia la orilla del mar, donde se posaba de intento en un
punto, y desde allí llamaba con un hilo de voz.
-Despierta,
es hora
la tarde azul
anida en la
ventana.
Pronto, incorpórate
descansado
alerta
con fuerza renovada
y busca en el arcón
pequeño
aquello que han
puesto para ti:
las prendas de
iniciación
de los amos del
yermo.
Viste la chaqueta
de terciopelo blanco
con bordados de oro
en espiral
privilegio heredado
a medida de tu
cuerpo.
Ponte el guante de
terciopelo rojo
singular
de montería;
eso es, ajústalo
arriba del codo:
serás más
advertido.
Toma ahora
un cinturón de
castidad para varón
rodéate con él
flanco y cintura:
quedó el cerrojo
seguro.
-La noche asoma por
oriente
su manto azul
profundo
constelado
sobre el océano.
El adolescente
salió a la playa
débil
vestido con lujo
y una majestad
vieja en el caminar
sintiendo en la
piel desnuda el viento que dibuja
serpientes y
enigmas.
Avanzó hacia el mar
pálido
solemne
perdida la mirada
en el ópalo atlántico
y la áurea lejanía.
Se detuvo en la
orilla
donde la arena
blanca
compuesta de
minúsculas conchillas
mostraba dos
pisadas de ave
delgadas
solas
en el páramo
marino.
Recordó la gaviota
del sueño
cómo le llamaba
posada en un punto
preciso
y supo que ésta era
su huella.
De prisa
cavó en la arena
mojada
temblándole el
cuerpo
por la fiebre del
tesoro.
Un codo bajo tierra
tocó metal
noble
y un minuto después
exhumó una pieza
sacra
única
cuya existencia no
sospecharon
mortales
generaciones.
Giraba en sus manos
destellando
con propia luz
una corona de oro
blanco
con motivo rústico
de dos peces
dibujados.
Gemas azules
verdes
y blancas
engastadas en la
obra
parpadeaban
iluminaban
como otras tantas
pupilas
preciosas.
Erguido el torso
frágil
de cisne
en pose de
adoración
alzó reverente la
corona
hacia la Cruz del Sur
recién nacida en el
cielo
inmóvil
de rodillas
como un primitivo
rey pescador
enamorado de esas
distantes
luces
sidéreas.
De cara a la
inmensidad
indiferente
azul
sintió vértigo
de caer en el
abismo
cósmico
sin fin
y en un remolino
inspirado
que abrió
la vía del éxtasis
entre las piernas
donde descendió la
dulzura de la noche
el joven cabalgó en
su deseo
bañado
en un rayo
ceniciento
proyectado desde
los astros
lejanos
ciñendo en la
frente la corona
oceánica
fuego griego
llameante en el oro
frío
se inclinó
fascinado
por
la
curva argentina
de
su
cuerpo adolescente
así dio comienzo
ese ritmo
lento
cruel
culto y gloria de
su carne
prisionero
su sexo
de
los
muslos domadores
cuando
la
rebelión
se hizo más fuerte
entero su ser en
tensión
sucumbió a la
delicia implacable
de dominar
y
vencer
pronto
fue
sirena
cantando en lo
profundo
impulso
insensato
hacia la
aniquilación
metamorfosis
en
río esmeralda
cayendo al infinito
para reunirse en la
salud primera
con su imagen
abisal
radiante
como un sol
submarino.
En trance
devorada por el
iris
la pupila
permaneció en la
orilla
momentos sin
tiempo.
Luego el océano
retirado
avanzó una extensa
ola ominosa
hacia Su Majestad
pálido de terror
como un manto
blanco de armiño
rodeándole para
llevarle a lo hondo
empero las espumas
hallándole amargo
como el mar salobre
jugaron mansas con
él, y le dejaron
su homenaje.
Al alba flamearon
las banderas
antiguas
al tope de las
lanzas
saludando la
coronación.
El rey se puso en
camino
peregrino incógnito
en busca de su
pueblo
huérfano.
Antes de perderse
tierra adentro
miró por última vez
los médanos dorados
que guardaban esa
playa secreta
donde quedó cerrada
y sola
la casa de madera.
Y a ese lugar
melancólico
llegaban volando
como blancos sueños
amnésicos
las aves del olvido.
-Besaba entre sus manos