martes, 3 de julio de 2018



Divinas espumas de nieve y oro
besáis los pies al adolescente desnudo
que a vuestro llamado sutil
bajó a saludaros,
su corazón ebrio de libertad.
El frío océano
se eleva en acantilados cristalinos esta mañana
verticales
iridiscentes
filosos
producto fugaz y periódico de las olas ensoberbecidas al borde suspendido de su caída inminente.

Vértigo mortal
vértigo fascinador
vértigo plateado
del agua retenida por un segundo de horror supremo a las puertas
de su precipitación.
Ya pronto se aniquila
en cataratas blanquísimas
desmoronadas con violencia contra el mármol 
    transparente
levantando una lluvia de espuma
en medio de un fragor ensordecedor.

Ondas llegan ordenadas
en largos escalones paralelos
de frente enigmático
y múltiple
hasta la arena hecha un espejo
donde las almejas simétricas
pulidas como lajas
marcan con el reflujo los rombos
de un ajedrez infinito.

Gira la cabeza: sobre la playa blanca un corcel blanco
noble y esbelto
parece aguardarle; la crin
ondea al viento como una bandera de fuego níveo
llamando a legendarios ejércitos.
Un súbito sudor baria su cuerpo
deseoso de carreras,
su cuerpo poderoso
su cuerpo auroral
su cuerpo altivo
portento de caballo salvaje que no conoce brida ni
   montura.

Aquí un duelo milenario. Por un minuto latiente
el adolescente desnudo y el potro indómito
   sopesan
como dos amantes
las fuerzas respectivas
que se lanzarán
para sublimarlos
o
perderlos
en el torbellino de su conjunción.

Luego inician una danza lenta
y cautelosa
cuyos pasos dicta el instinto:
el mancebo avance diagonal
el bruto retroceso en circulo -más cerca, hasta que
   la mano apresa el morro
haciendo oír al cielo
esa risa agónica o relincho
y jinete salta sobre lomo, muslos
nerviosos se afirman y talones
imperiosos pican ijares
con habilidad no aprendida, provocando un galope
desbocado por la inconstante línea de espumas
   hacia el sur.


Galopa la bestia hundiendo los cascos en la arena;
galopa sin detenerse junto a la inmensidad
   oceánica;
galopa salpicando espuma hacia heladas soledades
donde ningún viviente ha puesto el pie en años; sólo los fantasmas de una antigua raza
   desaparecida.
Aire cortante y diáfano
aguija la carne
savia hormigueante y nueva
quema las venas
conforme la pareja avanza intacta en su brío sobre
   lagos recientes que visten los velos del invierno.

Oh delicia de cabalgar cara al viento
en ávida carrera
asido a la crin
siempre hacia el sur, donde cada recodo del paisaje parece recibir al forastero con un 
   reconocimiento mudo.
Torso delicado y blanco
echado adelante
piernas torneadas y fuertes
flexionadas rededor
abuso dionisíaco de la soberanía sin freno más allá
   de toda tenebrosa razón.

Ya pronto emboca la noche mate
novia de negras fragancias
en cuyo seno abismal
brillan las pedrerías del alba con fulgores amarillos
   y rojos que hace llamear el amor.
Allí viajas, Príncipe
sonámbulo
orgulloso
bajo el imperio de su hipnosis
audaz para la conquista
arisco para el cuidado
a la ventura de un lance inédito.

Resplandor de Dios es la mañana,
la mañana serena, inmarcesible
y tú te apresuras a tu feudo
aquel que ha sido deparado a la nobleza de tu
   cuerpo y se te debe por derecho divino.
Veloz
centelleante
riela un sol por superficie
ingrávido
sin sentir
aceza el joven siguiéndolo
montando en pelo al animal cuyo sudor baña su
   piel con un olor fiero llamado a perdurar.

Gana valor, doncel animoso;
gana ritmo en tu jornada;
gana honor, efebo fogoso
por el logro de tu cometido;
quieras sangrar flava piel
de tanto roce con la áspera cerda
oyendo un piafar profundo como el mar
que parece venir de tan lejos
que lo traiga la resaca
durante horas, que son años
hasta el final rojo del cielo.

Las sombras se alargan sobre la arena
y los genios de la noche
salen de nuevo a atisbar el mundo
desde sus huecas grutas.
Venceremos el horror de la oscuridad
y el sordo mugir de la marina
nombrando una por una las sirenas que perdieron
con sus cantos dulcísimos
a tantos navegantes solitarios como por estas costas
   fueron.

El tercer día trae aguas inmensas
y rompientes como no se han visto:
empinadísimas escarpas desde donde ruedan
como por una fastuosa cabellera
raudos bucles de espuma
deslizándose hasta el fin
con un grito mineral
que se pierde
en el rugir feroz de los torrentes.

Es el mar altísimo
escoltando el avance apoteótico
con sus magnos repliegues cóncavos
en derrumbamiento lentísimo
a lo largo interminable de la costa
que se estira como un poema
creando su arena lisa sin fin
desde el caído resplandor celeste
mojado por la distancia.

Naciente violeta es oscuridad
rápido invadido por fuerte azul.
¿Quién dirá los temores innúmeros
al asalto de tu espíritu alucinado
empavorecido por la confusión culpable que
   acarrean
tus pecados latentes?
Temor es delirio
amor es ambición.
Toda la noche cabalgas
hacia el punto ignoto señalado
por la brújula atávica de tu instinto.

Una revelación aguarda
un milagro va a producirse.

Corre el caballo hacia el alba
y corre el hilo del destino
ya presiente cercana la meta
ya arrima como pudiéndola
es la primera luz gris
y es el relajo del goce
sobre los finos tobillos.

Cae el equino en el limo
estalló su corazón
inundando el pecho de sangre
generosa corriendo
hasta las extremidades rígidas
de cascos pétreos
helados por la muerte.

Cae el caballo en la arena
rendido por el esfuerzo
que duraba continuamente
desde la salida del sol
hace tres noches y tres días
se han quebrado sus rodillas
bajo el peso de la muerte.

Cae el corcel en la espuma
culmina aquí su derrota;
se inclina el doncel a su boca
vomitante dé espumarajos
y entre los dientes apretados
de encías violetas
deja un largo beso:
es su reconocimiento
y postrero adiós.

-Levántate, sigue
andando sin desmayo
aun
sobre tus propios pies.
Una misión te aguarda
aunque no lo sabes
una misión
sagrada
romántica
histórica
a la cual no puede sustraerse
tu alma templada como una espada.
Pobre cuerpo, podrás contener tanta pasión
en el áspero desierto ondulado
junto al mar.

-Besaba entre sus manos
las más blancas espumas
que han sido
o que han de ser
alto
celeste
quebradizo como un ángel
pisando las
aguas
a
cero grados
que hielan sus
talones
y sus
tobillos
templando la
carne de alabastro
que
parece
gozar con los escalofríos
para
su
destino real
para
el fin
verdadero
que quiso
Dios.

Pronto divisa las
banderas
blancas
orladas de
azul
blanco
y verde
extasiadas
por una gran
extensión
flameando
como inquietas
y
blanquísimas
bandadas
de
aves marinas.

A este lugar desolado condujo la carrera fatal del caballo blanco: una pequeña casa de madera entre bosque de lanzas, cada una con su bandera.

Al acercarse, se observa que la tela es vieja y gastada por las lluvias.

El adolescente empuja la puerta carcomida y entra a la caseta, cerrada hace años: el interior es un santuario profano colmado de redes, timones y banderas marineras de todas las naciones, que rodean como una escenografía a dos antiguos arcones de diferente aspecto y tamaño, reposando uno junto al otro.

El primer arcón
era espacioso
hondo
y de aspecto vetusto
con abrazaderas de hierro
reliquia del siglo último.
Dos manos temblorosas
palparon las trabas
probaron
buscaron
abrieron
y levantaron la tapa.
Palpitando,
como un animal muy joven
en la primer noche de las cacerías
el adolescente admiró el contenido del arcón
y examinó su suerte.

Allí encontró
un cubrecamas de raso
blanco
orlado de azul
blanco
y verde
una almohada
y su funda
un juego de sábanas
con emblema nobiliario
de una corona
y un pájaro.

Había también
envueltas en terciopelo
rojo
tres monedas
de plata
sonante
con una efigie grabada
de un monarca
severo
con barba
de perfil
y una fecha:
1860.

Viejo cuño
de bordes gastados
en que se habían comido las letras
y no se podía leer
afinando la vista.
Salvo una
de bordes borrados
donde faltaban palabras
pese a lo cual
perduraba una inscripción:
se leía
Nueva Francia
0rélie Antoine I
Rey de Patagonia.

Labrado en la cruz un escudo
dividido en cuatro
representando alegorías
la Agricultura
la Caza
la Justicia
las Artes.

Y aun escondidas
al fondo del arcón
pendientes
al borde de cintas
hundiendo la mano extrajo
las condecoraciones
solemnes
conmemorativas
Constelación del Sur
Estrella del Sur
Corona de Acero.

El segundo arcón
más pequeño
enfrentado al anterior
parecía también
mucho más antiguo.
No tenía llave visible
ni forma de violar el cerrojo.
Por intuición,
tactando aquí y allá
el joven quiso y logró que se abriera
sola la tapa
descubriendo el legado
secreto
insospechado
de eones desvanecidos.

Adentro vio un rollo de pergamino puesto como amuleto sobre prendas de vestir: su dedo al posarse sobre el nudo, éste se deshizo, desatando el rollo.

Al fervor del adolescente se ofreció una antigua caligrafía española dispuesta en octavas, la cual cubría una faz del pergamino, en tanto la otra ostentaba una rúbrica real.

El mozo se recostó contra la pared del fondo de la casilla, con el pergamino extendido ante sí, y se sumió con asombro y terror en la lectura de lo que parecía un mensaje llegado a él desde el fondo del tiempo:

Por trescientos años reinamos;
y no murió ninguno de nosotros;
sino a saber, el primero de todos
un soldado del armada
asessinado en pendencia
por Antonio de Cobos y Pedro de Oviedo
a quienes permitimos la huida
destos lares, lo cual es muerte;

Segundo, Pedro de Quirós
mi hermano, cuyo era el gobierno
de la nao almiranta
encallada en el Estrecho;
se entró a los nevados
con Indios que le siguieron
por robarles el oro
y nunca bolvió, ni paresció.

El último de los que murieron
Sebastián de Argüello, quien fue
capitán en tierra; le asaetearon
por fabular contra el Inga
a quien llevaban en andas
exiliados del Imperio
y nos mezclamos a ellos
y desposamos sus mujeres

Y nunca nos dimos a conocer
ni tuvimos comercio con los hombres
porque no fuessen captivados
nuestros hermanos Ingas
con quienes vivimos en paz.
Y construimos casas de piedra
y un fuerte con cañones
que rodea la laguna.

Y a la muerte del Inga
me han llamado rey,
y me llevan en andas
y mis órdenes se obedecen
en toda esta región, desde
los Guurumatas al Cuonirg
por onas, araucos, puelches,
yaganes, diamantinos y patagones.

Pero un perjurio viene
que han pronunciado bozes
abaxo la laguna, lo cual
conocimos por señales y bozes
manifiestas; pero dizen nativos
ser dioses destos sitios
los cuales aborrecen al Español
por adorar la sancta cruz;

Pero he confiado mi corona
a manos de un servidor
para que la lleve al dezierto
xunto al mar, y la absconda
fasta que llegue aquel que herede
el reino, y ningún invasor
pondrá pie en estas playas
que mi corona deffiende.

Y aquel que venga a mi lar
virgen ha de ser, y casto
y no haber conocido muxer
antes de revestir magestad
y sujetar pueblo vasallo.
Pero soy Juan de Quirós,
rey de la Arena del Zur
que esta sentencia se cumpla.

Plegó el pergamino, y lo devolvió a su sitio, atemorizado por el sacrilegio cometido.

Hubiese querido olvidar lo leído, borrar ese instante: sentía sueño, y extendiendo sábanas y cubrecamas de raso sobre sí, hundió la cabeza en la almohada y durmió profundamente.

Soñó que el pájaro bordado en la sábana cobraba vida -era una gaviota- y abandonando la caseta aleteaba hacia la orilla del mar, donde se posaba de intento en un punto, y desde allí llamaba con un hilo de voz.

-Despierta,
es hora
la tarde azul
anida en la ventana.
Pronto, incorpórate
descansado
alerta
con fuerza renovada
y busca en el arcón pequeño
aquello que han puesto para ti:
las prendas de iniciación
de los amos del yermo.

Viste la chaqueta de terciopelo blanco
con bordados de oro
en espiral
privilegio heredado
a medida de tu cuerpo.
Ponte el guante de terciopelo rojo
singular
de montería;
eso es, ajústalo arriba del codo:
serás más advertido.
Toma ahora
un cinturón de castidad para varón
rodéate con él
flanco y cintura:
quedó el cerrojo seguro.

-La noche asoma por oriente
su manto azul
profundo
constelado
sobre el océano.

El adolescente salió a la playa
débil
vestido con lujo
y una majestad vieja en el caminar
sintiendo en la piel desnuda el viento que dibuja
serpientes y enigmas.

Avanzó hacia el mar
pálido
solemne
perdida la mirada en el ópalo atlántico
y la áurea lejanía.

Se detuvo en la orilla
donde la arena
blanca
compuesta de minúsculas conchillas
mostraba dos pisadas de ave
delgadas
solas
en el páramo marino.
Recordó la gaviota del sueño
cómo le llamaba
posada en un punto preciso
y supo que ésta era su huella.

De prisa
cavó en la arena
mojada
temblándole el cuerpo
por la fiebre del tesoro.
Un codo bajo tierra
tocó metal
noble
y un minuto después
exhumó una pieza sacra
única
cuya existencia no sospecharon
mortales generaciones.

Giraba en sus manos
destellando
con propia luz
una corona de oro blanco
con motivo rústico
de dos peces dibujados.
Gemas azules
verdes
y blancas
engastadas en la obra
parpadeaban
iluminaban
como otras tantas pupilas
preciosas.

Erguido el torso
frágil
de cisne
en pose de adoración
alzó reverente la corona
hacia la Cruz del Sur
recién nacida en el cielo
inmóvil
de rodillas
como un primitivo
rey pescador
enamorado de esas distantes
luces
sidéreas.

De cara a la inmensidad
indiferente
azul
sintió vértigo
de caer en el abismo
cósmico
sin fin
y en un remolino
inspirado
que abrió
la vía del éxtasis
entre las piernas
donde descendió la dulzura de la noche
el joven cabalgó en su deseo
bañado
en un rayo ceniciento
proyectado desde los astros
lejanos
ciñendo en la frente la corona
oceánica
fuego griego
llameante en el oro frío
se inclinó
fascinado
por
la
curva argentina
de
su
cuerpo adolescente
así dio comienzo ese ritmo
lento
cruel
culto y gloria de su carne
prisionero
su sexo
de
los
muslos domadores
cuando
la
rebelión
se hizo más fuerte
entero su ser en tensión
sucumbió a la delicia implacable
de dominar
y
vencer
pronto
fue
sirena
cantando en lo profundo
impulso
insensato
hacia la aniquilación
metamorfosis
en
río esmeralda
cayendo al infinito
para reunirse en la salud primera
con su imagen abisal
radiante
como un sol submarino.

En trance
devorada por el iris
la pupila
permaneció en la orilla
momentos sin tiempo.

Luego el océano
retirado
avanzó una extensa ola ominosa
hacia Su Majestad
pálido de terror
como un manto blanco de armiño
rodeándole para llevarle a lo hondo
empero las espumas hallándole amargo
como el mar salobre
jugaron mansas con él, y le dejaron
su homenaje.

Al alba flamearon las banderas
antiguas
al tope de las lanzas
saludando la coronación.
El rey se puso en camino
peregrino incógnito
en busca de su pueblo
huérfano.
Antes de perderse
tierra adentro
miró por última vez
los médanos dorados
que guardaban esa playa secreta
donde quedó cerrada y sola
la casa de madera.
Y a ese lugar melancólico
llegaban volando
como blancos sueños
amnésicos
las aves del olvido.