En la última isla


Ocaso amarillo. Desierto de arena azul.
Viejos barcos navegan hacia las ruinas


De ciudades ajedrezadas. Aquí vienen
a morir todas las naves del mundo,


Desguazadas las velas o herido el casco
por la eterna corrosión del mar.


Bosque de mástiles, fúnebre orquesta
destrozada contra los acantilados blancos


Como los dientes desnudos de la muerte.
Diríase un fantasma vagando perdido


Entre tumbas de un cementerio marino:
en la playa minada de viejas anclas


Erra sin destino una figura pálida
contra el rabioso cordón de espuma


Se ha detenido. Frente al oscuro muelle
decrépito, de maderos comidos por la broma.


Descalzo, vacilante sobre las tablas
húmedas, que hace temblar la rompiente.


Ah mar nocturno, tenebroso infinito
sin islas, sombrío como un corazón:


Espejo negro del alma, ante ti
se desnuda el hombre recóndito.


Un globo de luz rosada ha aparecido
en el horizonte; abiertos los brazos


En cruz, aspirando a pleno pulmón el aire
frío y quemante por dentro, cobra impulso


Y en un rapto de dicha corre al encuentro
del último de los onas, aguardándole


Solitario al extremo del muelle.
Dos seres de condición tan distinta


Se han reunido en el fin del mundo:
el ona murmura un encantamiento


Y hace un gesto demiúrgico,
al tiempo que el globo luminoso ha crecido

Envolviendo a los personajes en su aura:
están ahora en otro tiempo y lugar,


Entre montañas, a orillas de un lago escondido
que rodea las murallas de una ciudad


Donde turba, turba bárbara y revuelta
colma las calles vociferando hurras


Al joven rey, largo tiempo esperado.
Exaltado y sereno a un tiempo,


A sí mismo se ve paseado en andas
y es un triunfo largo, perpetuo,


Como el curso del sol en el cielo
como el curso del río en el prado


Como el curso de los astros en el negro
perfecto. Giran las hadas, cantan


Oh noche mística, sombría hermana
desnuda, hecha de luna y silencio


Cautivadora de pájaros o latidos
dueña de la luz del universo.


A ti te es dado saber el secreto
de cuanto suspira: turbio delirio


Del joven monarca que en vilo
impera cóndor. Pasan las horas


O los años en este ensueño, lo mismo da,
es calle sin salida, niebla rosada vuelve


Y cierra la escena: el joven está solo
en el muelle; el indio ha desaparecido,


Y con él la raza de los onas.
Sin pueblo has quedado, oh rey


Sin vasallos, sin mando y sin destino.
-Ha abandonado la corona en la arena.


Se oyen ecos lejanos, nostálgicas voces
murmuran entre restos de viejos naufragios.


¡Oh reino perdido, oh voces, oh lejanos
ecos de la edad dorada!


Y en el aire, flotando
el tañido dulcísimo
de campanas enterradas...


Partió el rey hacia el exilio.

El mar borra sus pisadas.

















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