Invocación



Olas gigantes que bramando rompéis, sonora espuma;
arenas vírgenes que el viento peina, enamorado de vos
oídme, pues voy a recitar a propósito de los mares
un himno extraño que nadie ha pronunciado. A mí,


Eternas caracolas perfectas, dad a mi canto la simetría
que gobierna vuestra forma divina, dadme el sonido
que habita en lo recóndito de vuestras espirales
para que lo haga viajar a través de mis estrofas.


Y tú, frío lucero que en las horas plateadas
brillas sobre los médanos, envíame desde tu lejana
morada azul el gémino rayo de una inspiración
para que pueda declamar sin conmoverme


La exótica pasión de un joven, el cual desertando
a todo partió en busca de un reino prometido
a su violenta imaginación en el confín del mundo,
donde el manto majestuoso del océano comulga


Con la árida soledad planetaria. Hace de esto quince años.
Desde entonces, pocos recuerdan al vagabundo
envuelto en pieles de guanaco explorar sin descanso
las inhóspitas aldeas en busca de los últimos indios,


Adolescente soberbio y huraño a quien pocos hablaban.
Nadie le conocía en la región, y desapareció
como había venido. Este era hijo de una clara
mujer extranjera que, niño, le llevaba a bañar


En el mar invernal. Su padre y su hermano
determinaron un día correr por la costa, mientras
jugaban la madre y el niño con las olas. Ambos
volaron sobre la espuma, mas venció el padre.


Tiempo pasó, tiempo ligero, creció el menor hermoso
como un árbol, guardando el recuerdo de esa prueba.
Una noche sin maletas abandonó su hogar,
y tomó el micro que conduce a las playas
(no volvieron a verle sino diez años después).



















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